✨ The Blaze: crónica de un concierto sin celulares
Cercle Odyssey CDMX, un festival no apto para stories.
🧠 La frase:
“Sabiduría es saber que no soy nada,
amor es saber que soy todo,
y entre los dos se mueve mi vida.
Nisargadatta Maharaj.
¿Cómo se vive un concierto sin celulares?
Vivimos permanentemente pendientes del celular. Algunos más que otros. En mi caso, por trabajo, pertenezco al primer grupo. Siempre hay algo que revisar, un mensaje que responder, una notificación que atender.
Rara vez nos permitimos —o podemos— desconectarnos, a menos que ocurra algo tan radical como un apagón digital, como el que sucedió hace unos días en España, Portugal y Francia, donde una caída masiva de los servicios de electricidad dejó a millones sin acceso a internet.
En momentos así, solo queda improvisar. Volver a lo básico: salir a la calle, conversar cara a cara, compartir el mismo espacio y tiempo. Reconectar. Este video es un buen recordatorio de cómo se vivía antes de la hiperconexión digital.
Y hablando de desconexión, el domingo pasado viví una experiencia radical para estos días de la tiranía del móvil: mi primer concierto sin teléfonos celulares, en Cercle Odyssey, un festival audiovisual celebrado en la CDMX que reunió a artistas como The Blaze (💙), WhoMadeWho y Monolink, con una consigna clara: prohibido usar el móvil. Ni siquiera se podía ingresar con él en el bolsillo. Te cuento.
🎧 Esto es La Pausa Necesaria.
🎵 Oh, come with me, we're gonna burn a sunset
Just take your lighter, sky will be better in red
We will find some love, and we will find some light
We'll never be alone, 'cause everything will be so bright
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📵 The Blaze en Cercle Odyssey: un concierto sin celulares en CDMX
La Ciudad de México arde y la tarde tiene ese brillo especial de los domingos. El calor expone pieles y tatuajes, y oculta las miradas tras gafas de sol. Afuera de Expo Santa Fe un desfile de coches marca el ritmo: autos con chófer particular o de aplicación, de marcas de lujo o de consumo masivo (en esta zona del poniente capitalino, la movilidad se mide en cilindros).
Es el último día de Cercle Odyssey, un festival que sincroniza música y visuales con una premisa singular: reconectar a la humanidad con la naturaleza. Inspirado en Koyaanisqatsi, la película experimental de 1982 musicalizada por Philip Glass, el evento impone una regla inusual para estos días: está prohibido el uso de celulares.
El acceso transcurre con normalidad: filas, escaneo de boletos, revisiones... hasta que llega la parte interesante. El personal asignado pide guardar el teléfono en un phone locker solo desbloqueable por personal autorizado en una zona designada fuera de la sala de conciertos. No hay excepciones, ni para quienes pagaron entradas premium.
Estar sin la posibilidad de capturar cada instante se siente, al principio, como vivir sin una extensión del propio cuerpo ¡A ese punto hemos llegado! Pero pronto surge una extraña y reconfortante sensación de alivio. Adiós, aunque sea por un momento, a las notificaciones y al scroll infinito.
Una vez dentro, la primera parada es el área de bebidas. Los precios reflejan el código postal de donde estamos: Santa Fe, un antiguo tiradero de basura que hoy es símbolo de lujo.
Para entrar a la sala de conciertos hay que cruzar unas altísimas cortinas negras que evocan las de Twin Peaks (aunque aquellas eran rojas): el umbral a un mundo onírico.
La sala es un entorno inmersivo: un pequeño escenario central con dos consolas desde donde el dúo francés The Blaze —conocidos por su electrónica emocional y videoclips narrativos— desplegará su magia. A su alrededor, 2,300 metros cuadrados de pantallas 8K y 72 altavoces distribuidos con precisión.
El público se compacta. No hay celulares, así que no habrá selfies, pero aun así persiste un aire de vanidad: la regla es verse un poco más que bien por si se presenta la oportunidad de las stories. Viejos nuevos hábitos.
Aparece The Blaze. Gritamos y aplaudimos como lo merecen. Suena Haze, luego Haven, sigue Eyes, más tarde She y Rise. Las pantallas proyectan un eclipse (“yeah, this feeling is love”); luego aparece la Tierra: imponente, haciéndonos sentir pequeños y agradecidos (“this is the final place”). La escena me recuerda a lo que dicen que dijo Milan Kundera: “quien busque el infinito, que cierre los ojos”.
No sé si es gracias a que estoy en mi primer concierto sin celulares y eso me hace prestar más atención, pero los detalles se revelan con más facilidad: las miradas introspectivas, el sudor de los cuerpos que bailan, las sonrisas cómplices, los ojos soñadores, los abrazos en la semipenumbra, la cadencia de una masa que se contonea al ritmo de la música.
La tecnología hace su trabajo: planos que se pliegan y despliegan hasta hacer dudar al ojo. El techo para venirse abajo, el suelo hace lo contrario. El escenario parece que flota y se desliza. Sin pantallas intermediando, el cuerpo siente de otra manera: vibran los graves en el pecho, tiemblan las luces en los párpados cerrados. Es difícil imaginar que esta experiencia pudiera vivirse igual mirando a través de un teléfono. La obstinación por documentarlo todo habría roto la magia.
La gente baila, lo pasa bien. Nadie busca el ángulo perfecto para las stories. Algunos relojes inteligentes parpadean sutilmente, pero no son los amos de nuestra atención. Miramos hacia arriba, hacia los lados, hacia nuestro interior. Sin la urgencia de compartirlo en tiempo real, el momento se expande. Sin mediaciones digitales, sabe a más.
Suena Territory, tema con el cual The Blaze ganó notoriedad mundial. Vibramos. La música y las imágenes nos envuelven. Me abraza un sentimiento de gratitud: estar en serio, con gente que quiero y con música significativa, sin la interrupción del celular.
Es como ponerle pausa a la vida para olvidarnos del ruido y centrarnos en lo importante. Hoy los conciertos y festivales se viven en formato vertical: todo la experiencia está ajustada para que quepa en las stories, pero no en Cercle Odyssey: aquí se vive “el eterno presente, el durante y lo que va durando”, como diría el rapero español Rayden.
Y Cercle Odyssey no es un caso aislado, es parte de una tendencia (y lo mejor en ese sentido que se ha hecho hasta ahora en México. En Europa más de un festival está apostando por prohibir el uso de celulares como una forma de invitar al público a vivir el momento sin la obsesión de documentar.
The Blaze —que los había visto tres o cuatro veces antes, pero nunca como esta ocasión, ni de lejos. La política de no celulares lo cambia todo, absolutamente— cierra su set de 18 canciones. Agradecen. Correspondemos. Se encienden las luces. Es hora de volver a la programación habitual, pero algo queda: una lección silenciosa sobre el tiempo, la atención y el placer de vivir sin testigos virtuales (“this is the right time”).
Recuperamos los teléfonos al salir. Esta vez, sin la prisa de publicar nada: no hace falta certificar que estuvimos ahí. Los recuerdos van por dentro, en nuestro sistema de almacenamiento natural. La ciudad (y las redes) sigue con lo suyo, en clave de frenesí, pero nosotros llevamos otra cadencia: la de una pausa voluntaria y revitalizadora. Ojalá pudiéramos hacer que dure un poco más.
Vox populi:
💡Algo interesante para estos días
🎧Carne Cruda: El gran apagón: lo que vivimos sin luz (recomendadísimo).
📱Instagram: La infancia hoy: demasiada presión y pocas pausas.
📰The New York Times: México se está convirtiendo en un faro.
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⏸️Pausa.
🧠Piensa.
🔁Repite.
Necesito saber más de esta experiencia. Qué increíble.